¿Por qué escribo literatura cristiana?

Muchos de vosotros conocéis la parábola de los talentos. Para aquellos que no, la reproduzco a continuación, ya que es importante para entender esta historia:


«Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.
Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: «Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado. Su señor le dijo: «¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.» Llegándose también el de los dos talentos dijo: «Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado.» Su señor le dijo: «¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente
de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.» Llegándose también el que había recibido un talento dijo: «Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.» Mas su señor le respondió: «Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.»

Mateo 25, 14-27

Mi vocación a la literatura cristiana parte de esta parábola y de una verdad que hasta hace poco tiempo no era capaz de comprender; una verdad que ahora me parece tan obvia, que me cuesta aceptar el hecho de no haber sido capaz de percibirla con claridad durante tantos años. No sólo eso, sino que durante mucho tiempo rechacé esta verdad porque me parecía ridícula. Esta verdad no es otra que la de que Dios existe.


Sólo comprendí el alcance de la existencia de Dios cuando parecía tenerlo todo en la vida. A pesar de mis posesiones, de mis logros, de tener una vida que parecía ser perfecta, me sentía vacío. Entonces, de alguna manera, Jesús me encontró.


Desde pequeño siempre me ha gustado crear. He tratado de hacer mis pinitos en diferentes ámbitos de la expresión artística. Creo no equivocarme cuando afirmo que la escritura es, de todos ellos, el que mejor se adapta a mis intenciones de contar historias, de ofrecer a otros las realidades y los personajes que pululan por mi mente.


Ahora viene la buena noticia: nada de esto es mérito mío. Durante mucho tiempo pensé que escribir era algo que se me daba bien, que yo había hecho algún mérito concreto para merecer tan edificante habilidad. ¡Qué equivocado estaba!


Escribir es un don, un regalo que alguien quiso ofrecerme por un motivo. Ese alguien, a quien descubrí no hace demasiado tiempo, se llama Dios. Como diría San Agustín, tarde lo amé, pero el Señor tiene un plan para cada uno de nosotros. Le agradezco que nunca se rindiera conmigo, que me buscara sin parar hasta encontrar la forma de agitar mi corazón y enfocar mi mirada, tan perdida y desviada, en Él.

Lo cierto es que me costó un tiempo entender por qué me había dado este don, pero un día lo vi tan claro que incluso me sentí estúpido por no haberme dado cuenta antes. No podía enterrar aquel talento o hacer un mal uso de él. Tenía que intentar que aquello prosperara, darle un sentido a aquel presente y poder devolverle al Señor una modestísima parte de lo que Él me había dado.

Es evidente para mí que Dios no me ha otorgado el don de la oratoria para hacer llegar a los demás el Evangelio, pero sí me dio otro a cambio: el don de tejer historias, a través de las cuales intentar ser mensajero de Su Palabra.

Paz y bien.

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El perdón

Aquella mañana me levanté con ganas de ver arder el mundo. Todavía podía sentir el amargo regusto de la traición en mi garganta, que aún ardía por el efecto del alcohol con el que la había arrasado la noche anterior. Cuando un amigo te falla de esa forma, de una manera tan mezquina e imprevista, el puñal de la ingratitud se clava mil veces más hondo.

Salí de casa dando un portazo y enfilé las escaleras con la brusquedad de un venado en plena estampida. Quería que el universo supiera que estaba enfadado. Deseaba que la gente pudiera leer en mi rostro el desaire, la terrible decepción de un ser humano dolido hasta los huesos.  

De pronto noté que perdía pie. Mi cuerpo se inclinó peligrosamente hacia delante y casi pude verme dándome de bruces contra la pared del descansillo. Algo lo evitó. Una mano sujetaba reciamente mi hombro y me ayudó a recuperar el equilibrio.

Era él.

—Lo siento — dijo, en un tono tan melancólico como sincero.

—Tienes mal aspecto — respondí, dibujando una débil sonrisa empática.

Y, súbitamente, las llamas remitieron.

Reseña de «El mundo de Kalam» en Anika entre libros

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Mónica Cañibano, colaboradora del portal literario Anika entre libros, publica una reseña sobre mi novela «El mundo de Kalam».

En ella, destaca la originalidad de la obra y la define como una novela ideal para pasar un rato entretenido.

elmundodekalam

Podéis leer la reseña completa aquí:

https://www.anikaentrelibros.com/el-mundo-de-kalam